jueves, 9 de octubre de 2008
sábado, 28 de julio de 2007
viernes, 27 de julio de 2007
jueves, 26 de julio de 2007
miércoles, 25 de julio de 2007
mis pies son mis alas
Una de las primeras exhibiciones de fotografía que curé, cuando trabajaba como coordinador de exhibiciones del espacio alternativo FOTOCAFE, junto al fotoperiodista Salvadoreño Edgar Romero, director de la asociación Imágenes libres, fue una muestra que titulamos 24 del 24, se trataba de 24 imágenes extraídas de los álbumes familiares del ex arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero, combinadas con fotografías de archivos de prensa de la época del comienzo de la guerra en El Salvador, es decir alrededor del año 80; la inauguramos por supuesto el 24 de marzo de 2004.
La fotografía que use para las invitaciones y afiches fue una tomada desde alguno de los tejados de los edificios cercanos a la plaza cívica General Gerardo Barrios, en San Salvador, una toma cenital que registraba una inmensa montaña de zapatos cubriendo la avenida y parte de la plaza luego de la estampida de los miles de feligreses congregados frente a la catedral metropolitana el día del los funerales del arzobispo, una imagen que sin duda dio la vuelta al mundo y que se quedo grabada en el imaginario colectivo, en mi caso por ejemplo, en aquel entonces contaba con apenas 11 años de edad y vivía en un barrio muy populoso en las afueras de la capital, recuerdo que mi abuela seguía muy de cerca a través de la radio las noticias del sepelio cuando en plena transmisión se escucharon los primeros disparos y los gritos de la multitud, horas después llegó hasta mi casa Chamba, mi vecino, un joven de aproximadamente 25 años de edad, estaba pálido, sucio, empapado en sudor y lloraba como un niño, trataba entre sollozos de contarle a mi abuela lo sucedido mientras yo lo observaba sorprendido pues nunca en mi corta experiencia de vida había visto llorar a un hombre, el detalle que más recuerdo de ese momento, es que Chamba estaba descalzo, sin zapatos quiero decir, apenas con un calcetín medio deshecho, aunque parezca increíble, por aquellos días él laboraba para la empresa ADOC, la fabrica de calzado más importante de la región.
Cuando vi aquella fotografía todos los recuerdos saltaron a mi mente y supe que era la imagen para promocionar la exhibición. Hace unos meses leyendo un periódico reconocí una imagen muy parecida a la que acabo de describir, solo que en este caso se trataba de una montaña de zapatos dejada por personas que huían de un ataque con bombas en Irak, también se la puede comparar con imágenes como las montañas de zapatos que quedaron luego del holocausto judío, en fin parece que la historia se encarga de recordarnos de cuando en cuando que algunas cosas no cambian.
“He visto una tibia y un fémur terminar en un caite”, me comentó alguien hablando de exhumaciones, “familiares reconocer a sus muertos por el calzado que llevaban puesto el día en que los asesinaron”, también he escuchado decir alguna ves que la energía entra por la parte superior del cuerpo, la cabeza, y que sale por los pies, quizá es por eso que con frecuencia vemos cadáveres cuyos zapatos han salido disparados luego de un brutal accidente y se encuentran a varios metros de distancia del cuerpo.
Mis pies son mis alas es un conjunto de fotografías en el que existe una analogía entre el objeto y el ser humano, el objeto como materia viva, capaz de evocar sentimientos y sensaciones, capaz de transmitirnos una gran cantidad de información contenida por la energía que las personas que participaron en su fabricación y quienes lo harán en su uso dejaron en él, el objeto es un símbolo de poder, un símbolo de pertenencia, de tenencia, de estatus, de estilo, de necesidad, de historia, de principio y de fin, el objeto da testimonio de un espacio y de un tiempo.
En ciertas culturas el Zapato es tomado como un fetiche, un objeto que incita o aumenta el deseo sexual, en china antigua por ejemplo solían confeccionar para las mujeres, zapatos diminutos, por que se consideraba que los pies pequeños eran un gran atractivo femenino, imagino que para ellas llegó a convertirse hasta en un instrumento de tortura, tortura que la mujer contemporánea occidental parece no abandonar al usar zapatos de tacones extremadamente altos so pretexto de elegancia. Hay gente que cree que se puede realizar un retrato muy preciso a través del calzado que una persona este usando, el color, la forma y la manera en que los ha gastado, el material de que están hechos, en fin, este objeto revela detalles de su dueño en una forma insospechada.
Esta serie es también en cierto sentido un trabajo nostálgico, poético. Cuando era niño la economía no trató muy bien a mi familia, tener un par de zapatos era una especie de suerte extraordinaria, generalmente no eran los zapatos que uno añoraba tener pero cumplían con las expectativas de durabilidad de mi madre, uno de mis sueños más recurrentes era el verme llegar a casa con cajas y cajas de zapatos nuevos, Convers All Stars de todos los colores, recuerdo perfectamente su olor a lona nueva, a suela de goma, al despertar por la mañana todavía con la sensación vívida, lo primero que hacía era buscarlos debajo de la cama, obviamente lo único que encontraba era mis zapatos habituales, escépticos y feos, duros como ellos solos pero que mi memoria me los reproduce ahora con una hermosura que me causa mucha emoción. También me causan emoción los zapatos abandonados a la vera del camino enterrados o enredados en los alambrados de energía eléctrica o de telefonía, los recojo siempre que puedo y los llevo al mi estudio esperando que en algún momento me hablen y me cuenten su historia es entonces cuando me dispongo a fotografiarlos.
Hace unos meses fui con mi mejor amigo a visitar a su padre que vive fuera de la ciudad, me pidió que lo acompañara por que sabía que yo estaba haciendo fotografías de zapatos y su padre tenía muchos pares para que yo tirara del gatillo de la cámara, lo que me encontré fue la historia de su familia contenida en cientos de pares de zapatos colocados en altas zapateras de madera que iban desde el piso hasta el techo, hechas según me explicó, con sus propias manos, además había pares acumulados en los rincones, bajo la cama y en sacos de esos que se usan para almacenar granos básicos, me contó que él nunca los botaba y que por lo menos habían ahí unos cincuenta años contados a través de sus zapatos, los de sus hijos y los de su esposa, en efecto estaban ahí estilos de otras épocas, modas de otros tiempos, modelos caídos en desuso, caducos pero que el tiempo y el polvo ha revestido de una gran belleza.
Mis pies son mis alas supone además un diálogo con imágenes emblemáticas de la historia del arte como los botines colocados en una mesa servida de Charlie Chaplin, los zapatos de charol de Robert Maplethorphe, el famoso óleo de los botines gastados de Vince Van Gogh o las botas que terminan en puntas de pie de Rene Magritte. Intento hablar de lo que pasa y ha pasado por mi experiencia visual, personal, social y artística, haciendo uso principalmente de la fotografía pero también de la instalación, el arte objeto y el video.
Ciertamente hay zapatos encontrados que son verdaderas piezas de arte, no hace falta más que cambiarlos de contexto y notar como surge esa extraña idea de que nuestros pies bien pueden llegar a ser nuestras alas.
Walterio, Rabinal Baja Verapaz, Guatemala, mayo de 2006
La fotografía que use para las invitaciones y afiches fue una tomada desde alguno de los tejados de los edificios cercanos a la plaza cívica General Gerardo Barrios, en San Salvador, una toma cenital que registraba una inmensa montaña de zapatos cubriendo la avenida y parte de la plaza luego de la estampida de los miles de feligreses congregados frente a la catedral metropolitana el día del los funerales del arzobispo, una imagen que sin duda dio la vuelta al mundo y que se quedo grabada en el imaginario colectivo, en mi caso por ejemplo, en aquel entonces contaba con apenas 11 años de edad y vivía en un barrio muy populoso en las afueras de la capital, recuerdo que mi abuela seguía muy de cerca a través de la radio las noticias del sepelio cuando en plena transmisión se escucharon los primeros disparos y los gritos de la multitud, horas después llegó hasta mi casa Chamba, mi vecino, un joven de aproximadamente 25 años de edad, estaba pálido, sucio, empapado en sudor y lloraba como un niño, trataba entre sollozos de contarle a mi abuela lo sucedido mientras yo lo observaba sorprendido pues nunca en mi corta experiencia de vida había visto llorar a un hombre, el detalle que más recuerdo de ese momento, es que Chamba estaba descalzo, sin zapatos quiero decir, apenas con un calcetín medio deshecho, aunque parezca increíble, por aquellos días él laboraba para la empresa ADOC, la fabrica de calzado más importante de la región.
Cuando vi aquella fotografía todos los recuerdos saltaron a mi mente y supe que era la imagen para promocionar la exhibición. Hace unos meses leyendo un periódico reconocí una imagen muy parecida a la que acabo de describir, solo que en este caso se trataba de una montaña de zapatos dejada por personas que huían de un ataque con bombas en Irak, también se la puede comparar con imágenes como las montañas de zapatos que quedaron luego del holocausto judío, en fin parece que la historia se encarga de recordarnos de cuando en cuando que algunas cosas no cambian.
“He visto una tibia y un fémur terminar en un caite”, me comentó alguien hablando de exhumaciones, “familiares reconocer a sus muertos por el calzado que llevaban puesto el día en que los asesinaron”, también he escuchado decir alguna ves que la energía entra por la parte superior del cuerpo, la cabeza, y que sale por los pies, quizá es por eso que con frecuencia vemos cadáveres cuyos zapatos han salido disparados luego de un brutal accidente y se encuentran a varios metros de distancia del cuerpo.
Mis pies son mis alas es un conjunto de fotografías en el que existe una analogía entre el objeto y el ser humano, el objeto como materia viva, capaz de evocar sentimientos y sensaciones, capaz de transmitirnos una gran cantidad de información contenida por la energía que las personas que participaron en su fabricación y quienes lo harán en su uso dejaron en él, el objeto es un símbolo de poder, un símbolo de pertenencia, de tenencia, de estatus, de estilo, de necesidad, de historia, de principio y de fin, el objeto da testimonio de un espacio y de un tiempo.
En ciertas culturas el Zapato es tomado como un fetiche, un objeto que incita o aumenta el deseo sexual, en china antigua por ejemplo solían confeccionar para las mujeres, zapatos diminutos, por que se consideraba que los pies pequeños eran un gran atractivo femenino, imagino que para ellas llegó a convertirse hasta en un instrumento de tortura, tortura que la mujer contemporánea occidental parece no abandonar al usar zapatos de tacones extremadamente altos so pretexto de elegancia. Hay gente que cree que se puede realizar un retrato muy preciso a través del calzado que una persona este usando, el color, la forma y la manera en que los ha gastado, el material de que están hechos, en fin, este objeto revela detalles de su dueño en una forma insospechada.
Esta serie es también en cierto sentido un trabajo nostálgico, poético. Cuando era niño la economía no trató muy bien a mi familia, tener un par de zapatos era una especie de suerte extraordinaria, generalmente no eran los zapatos que uno añoraba tener pero cumplían con las expectativas de durabilidad de mi madre, uno de mis sueños más recurrentes era el verme llegar a casa con cajas y cajas de zapatos nuevos, Convers All Stars de todos los colores, recuerdo perfectamente su olor a lona nueva, a suela de goma, al despertar por la mañana todavía con la sensación vívida, lo primero que hacía era buscarlos debajo de la cama, obviamente lo único que encontraba era mis zapatos habituales, escépticos y feos, duros como ellos solos pero que mi memoria me los reproduce ahora con una hermosura que me causa mucha emoción. También me causan emoción los zapatos abandonados a la vera del camino enterrados o enredados en los alambrados de energía eléctrica o de telefonía, los recojo siempre que puedo y los llevo al mi estudio esperando que en algún momento me hablen y me cuenten su historia es entonces cuando me dispongo a fotografiarlos.
Hace unos meses fui con mi mejor amigo a visitar a su padre que vive fuera de la ciudad, me pidió que lo acompañara por que sabía que yo estaba haciendo fotografías de zapatos y su padre tenía muchos pares para que yo tirara del gatillo de la cámara, lo que me encontré fue la historia de su familia contenida en cientos de pares de zapatos colocados en altas zapateras de madera que iban desde el piso hasta el techo, hechas según me explicó, con sus propias manos, además había pares acumulados en los rincones, bajo la cama y en sacos de esos que se usan para almacenar granos básicos, me contó que él nunca los botaba y que por lo menos habían ahí unos cincuenta años contados a través de sus zapatos, los de sus hijos y los de su esposa, en efecto estaban ahí estilos de otras épocas, modas de otros tiempos, modelos caídos en desuso, caducos pero que el tiempo y el polvo ha revestido de una gran belleza.
Mis pies son mis alas supone además un diálogo con imágenes emblemáticas de la historia del arte como los botines colocados en una mesa servida de Charlie Chaplin, los zapatos de charol de Robert Maplethorphe, el famoso óleo de los botines gastados de Vince Van Gogh o las botas que terminan en puntas de pie de Rene Magritte. Intento hablar de lo que pasa y ha pasado por mi experiencia visual, personal, social y artística, haciendo uso principalmente de la fotografía pero también de la instalación, el arte objeto y el video.
Ciertamente hay zapatos encontrados que son verdaderas piezas de arte, no hace falta más que cambiarlos de contexto y notar como surge esa extraña idea de que nuestros pies bien pueden llegar a ser nuestras alas.
Walterio, Rabinal Baja Verapaz, Guatemala, mayo de 2006
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